Nota posterior al Valle Feliz
Esta reflexión surge como acotación a mi lectura de este libro, que comento en artículo bajo el nombre “Sobre el Valle Feliz”
Cuando eres joven, te haces de una serie de ideales y creencias que intentas acarrear por la vida, pero lentamente, mientras pasa el tiempo, te vas dando cuenta que esos pilares no están firmes. Es como si estuvieran construidos sobre una piedra calcárea que se deshace con el paso de los años.
Como si el peso de la realidad cimbrara esas columnas y las hiciera caer una a una, derrumbando lentamente la construcción ideológica del pasado: como el mar que abate sus olas, despiadada, interminablemente, sobre esa pared rocosa que parece invencible.
Y con los ideales se va la vida. Un día te das cuenta que la honestidad existe porque está normada; una mañana descubres que la libertad por la que unos luchan no es sino la opresión de los otros, y así, inexorablemente caes en cuenta que ese castillo en el que naciste, que ese país imaginario, con tus leyes y sueños, sólo existe precisamente ahí, entre tus hombros y tu cabello; una y otra ves compruebas que la justicia, ni es ciega ni lleva una balanza en la mano, y que usa su espada con más frecuencia para asestar el golpe final al desvalido, que para blandir su filo contra el que abusa.
Cuando eres joven, te haces de una serie de ideales y creencias que intentas acarrear por la vida, pero lentamente, mientras pasa el tiempo, te vas dando cuenta que esos pilares no están firmes. Es como si estuvieran construidos sobre una piedra calcárea que se deshace con el paso de los años.
Como si el peso de la realidad cimbrara esas columnas y las hiciera caer una a una, derrumbando lentamente la construcción ideológica del pasado: como el mar que abate sus olas, despiadada, interminablemente, sobre esa pared rocosa que parece invencible.
Y con los ideales se va la vida. Un día te das cuenta que la honestidad existe porque está normada; una mañana descubres que la libertad por la que unos luchan no es sino la opresión de los otros, y así, inexorablemente caes en cuenta que ese castillo en el que naciste, que ese país imaginario, con tus leyes y sueños, sólo existe precisamente ahí, entre tus hombros y tu cabello; una y otra ves compruebas que la justicia, ni es ciega ni lleva una balanza en la mano, y que usa su espada con más frecuencia para asestar el golpe final al desvalido, que para blandir su filo contra el que abusa.
Y entonces te das cuenta que estás perdido, pero has de seguir andando.
Te haces de nuevas ideas, irrefutables esta vez, pues ya no eres ni el niño soñador, ni el adolescente iluso. Sigues tu camino, dando tumbos, tocando puertas y descubriendo que, tras sus fachadas, suele haber más humanos con los mismos vacíos en el alma: miras sus rostros, es imposible evitar pensar que sólo los mantiene vivos la monotonía, que viven y respiran por inercia, sin preguntarse porqué.
Te mientes y te dices que tu caso no es así: tus ideales son claros, tienes porqué o por quién luchar. Miras en otra dirección, avanzando sin preguntarte, repitiendo tus ideas incontestables para llegar al éxito. Y pasan lustros.
…
“¡El camino al éxito es claro!” – te habías dicho. ¿Y hoy te preguntas de nuevo qué es?
El éxito es un caballo desbocado, que todo lo atropella.
Más tarde, descubres que muchos de los que quieren ayudar sólo buscan tener una actividad, satisfacer su ego, o recibir un sueldo a perpetuidad; en el momento que encuentras que las recetas de los médicos-financieros son peores que la pobreza-enfermedad, concluyes que una gran cantidad de humanos quieren todo, excepto cambiar. Aprendes que hay cosas infalibles.
Lo falible es lo eterno –te dices. El día y la noche, las estaciones, la distancia, la bestialidad, la defensa del territorio, la marea que sube y baja, la dureza de una roca, la transformación de la energía…y la muerte, sobre todo la muerte: la falla de la vida.
Y te das cuenta que no estabas tan perdido cuando errabas, porque al menos dudabas sobre el camino correcto.
En ocasiones es tarde para cambiar y construir un nuevo castillo: la vieja estructura está tan enmohecida, que algunos prefieren la inercia. Sólo de vez en cuando, en esos inauditos saltos cronológicos, surgen hombres que proponen nuevas fórmulas y entonces otros, los esperanzados, los adoptan y gracias a ellos construyen sus pilares.
Pero el tiempo, que también es inescrutable, termina por devolverlos al mismo cauce y pronto los reintegra a su propio ciclo.
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