Mexicano coyón o el ocultamiento de la cobardía a través del machismo
Samuel Bedrich
Samuel Bedrich
He pensado en muchas ocasiones que, detrás del estereotipo que hace del mexicano el vivo ejemplo del machismo (el hombre de la fuerza bruta que pega y violenta a la mujer o a otro hombre y lo reta), hay un fondo central, medular, que en realidad explica una conducta totalmente paradójica: el mexicano es cobarde por naturaleza.
El mexicano tiene mucho de similitud con aquel viejo proverbio que dice que “perro que ladra, no muerde”. A manera de explicación, me permitiré entonces una serie de ejemplos que van desde lo histórico y lo cotidiano hasta lo histriónico de nuestros compatriotas.
Comencemos por lo histórico: Antonio López de Santa Anna. El hombre que amaba a los gallos, el hombre “buscón” por excelencia. Un ser capaz de gritonear, insultar, ver hasta ponerse al frente de sus ejércitos (en las batallas menos arriesgadas, pero lo hizo) y que al mismo tiempo huía de la esposa, pues ésta le hacía ver la comicidad y estupidez de muchos de sus actos; el hombre que tenía su ejército de “dragones”, pero que fue incapaz de mostrar las agallas que tanto presumía cuando la patria requirió sus servicios de héroe nacional: durante la pugna contra la armada tejana, es hecho prisionero y accede a la firma del Tratado de la Mesilla so amenaza de perder la vida: un mexicano ve a la muerte de frente, hasta que ésta se le presenta en verdad, entonces sí, se hinca y clama por otra oportunidad.
Lo cotidiano: el hombre sin orgullo que es detenido por la autoridad y se dedica a alardear su influencia, su amistad con fulano de tal, o su puesto de representante de no sé cual dependencia de gobierno: el charolazo. Todo para darnos cuenta que cuando el gritoneo no da resultado, prefiere entonces “arreglarse” o “ponerse a mano” con el oficial… con el fin último de no tener que enfrentarse a la justicia, a una pena corporal, a un juez que le calificará por la falta cometida. ¿Dónde quedó el honor, el orgullo? ¿Acaso no es cobarde el que no enfrenta sus obligaciones?
Más de lo diario: dos hombres en sus autos que escapan de justeza a un percance. Si tienen ocasión de descender de sus autos, se acercarán y, cubiertos detrás de sus propios vehículos, se acusarán mutuamente: mentarán la ascendencia y el linaje real, pero todo a distancia y a señas. Difícilmente llegarán a los golpes…. comúnmente esperarán a que un tercero que se mezcle y los separe, para que ninguno tenga que ser el que huyó (y eso sí: “Suéltenme porque lo voy a matar”) o bien que la esposa les jale una cadena virtual y les diga “mi amor, ya déjalo, se nos va a hacer tarde para la comida con tu mamá”; si no pueden bajar del auto, solamente mostrarán, amenazantes, el bat de béisbol, la pistola o la llave de tuercas que, por costumbre, viajan debajo del asiento.
En la vida diaria, es el hombre quien lleva a la familia: el que toma las decisiones, el que mantiene el orden… pero ahí en el fondo, constatamos que en realidad la decisión final viene de la madre o de la esposa. ¿A qué tanto padre y abuelo, si el día que se muere la madre la familia se desintegra y cada uno toma su camino? El nuestro es un sistema matriarcal, y eso nadie lo puede negar, todo gira alrededor de ella: la mujer sumisa y abnegada es la imagen proyectada por sí misma para poder tejer desde dentro, las redes del hogar, para que los hombres andemos con nuestra máscara de jefes, amos y señores, para que, como bien lo dice la sabiduría popular, tengamos tiene la última palabra: “Sí mi amor…”
El lado histriónico es genial: aquellos grandes ídolos de la época de oro del cine nacional: Pedro Infante, Jorge Negrete… bebedores, charros empistolados, grandes jinetes, excelentes motociclistas… y excelsos chillones que se emborrachan por la decepción de la mujer que se fue con el otro: lloran hasta el amanecer y luego van por el mariachi para llevar una serenata y rogar a todo pulmón por el perdón de la amada: “no me dejes, mi chorreada”.
Hoy en día las canciones de “Los tigres del norte”, de los “Angeles azules” y de los Fernández sólo hablan de decepciones amorosas: “tú me abandonaste, por eso bebo, pa’ olvidarte”, e incluso: “…oh mujeres tan divinas, no queda otro camino que adorarlas”. El charro, elegante y bien vestido, pero incapaz de ir sólo por la vida. Las mujeres son malas, pero… ¿qué haríamos sin ellas? “… y no es que sea cobarde, es que te quiero tanto que ya me acostumbré a tus maltratos, palomita mía”
¿Macho mexicano? Nada más alejado del nombre. Uno de mis profesores universitarios nos contaba que, derivado de un estudio realizado -jamás nos confesó para qué institución- se aprendió que uno de cada tres mexicanos, hombres, ha tenido una experiencia homosexual… ¿Macho mexicano? Tal vez nos convendría repensar el término la próxima vez que aleguemos a favor de nuestro machismo y mexicanidad. Mejor dejar de ocultar nuestra personalidad bajo la máscara de ese hombre duro, bigotón y ensombrerado:
Violento, ignorante y cobarde….¿quién es? El Valiente del tercer mundo. ¡Looootería!
(2003? 2004?)
El mexicano tiene mucho de similitud con aquel viejo proverbio que dice que “perro que ladra, no muerde”. A manera de explicación, me permitiré entonces una serie de ejemplos que van desde lo histórico y lo cotidiano hasta lo histriónico de nuestros compatriotas.
Comencemos por lo histórico: Antonio López de Santa Anna. El hombre que amaba a los gallos, el hombre “buscón” por excelencia. Un ser capaz de gritonear, insultar, ver hasta ponerse al frente de sus ejércitos (en las batallas menos arriesgadas, pero lo hizo) y que al mismo tiempo huía de la esposa, pues ésta le hacía ver la comicidad y estupidez de muchos de sus actos; el hombre que tenía su ejército de “dragones”, pero que fue incapaz de mostrar las agallas que tanto presumía cuando la patria requirió sus servicios de héroe nacional: durante la pugna contra la armada tejana, es hecho prisionero y accede a la firma del Tratado de la Mesilla so amenaza de perder la vida: un mexicano ve a la muerte de frente, hasta que ésta se le presenta en verdad, entonces sí, se hinca y clama por otra oportunidad.
Lo cotidiano: el hombre sin orgullo que es detenido por la autoridad y se dedica a alardear su influencia, su amistad con fulano de tal, o su puesto de representante de no sé cual dependencia de gobierno: el charolazo. Todo para darnos cuenta que cuando el gritoneo no da resultado, prefiere entonces “arreglarse” o “ponerse a mano” con el oficial… con el fin último de no tener que enfrentarse a la justicia, a una pena corporal, a un juez que le calificará por la falta cometida. ¿Dónde quedó el honor, el orgullo? ¿Acaso no es cobarde el que no enfrenta sus obligaciones?
Más de lo diario: dos hombres en sus autos que escapan de justeza a un percance. Si tienen ocasión de descender de sus autos, se acercarán y, cubiertos detrás de sus propios vehículos, se acusarán mutuamente: mentarán la ascendencia y el linaje real, pero todo a distancia y a señas. Difícilmente llegarán a los golpes…. comúnmente esperarán a que un tercero que se mezcle y los separe, para que ninguno tenga que ser el que huyó (y eso sí: “Suéltenme porque lo voy a matar”) o bien que la esposa les jale una cadena virtual y les diga “mi amor, ya déjalo, se nos va a hacer tarde para la comida con tu mamá”; si no pueden bajar del auto, solamente mostrarán, amenazantes, el bat de béisbol, la pistola o la llave de tuercas que, por costumbre, viajan debajo del asiento.
En la vida diaria, es el hombre quien lleva a la familia: el que toma las decisiones, el que mantiene el orden… pero ahí en el fondo, constatamos que en realidad la decisión final viene de la madre o de la esposa. ¿A qué tanto padre y abuelo, si el día que se muere la madre la familia se desintegra y cada uno toma su camino? El nuestro es un sistema matriarcal, y eso nadie lo puede negar, todo gira alrededor de ella: la mujer sumisa y abnegada es la imagen proyectada por sí misma para poder tejer desde dentro, las redes del hogar, para que los hombres andemos con nuestra máscara de jefes, amos y señores, para que, como bien lo dice la sabiduría popular, tengamos tiene la última palabra: “Sí mi amor…”
El lado histriónico es genial: aquellos grandes ídolos de la época de oro del cine nacional: Pedro Infante, Jorge Negrete… bebedores, charros empistolados, grandes jinetes, excelentes motociclistas… y excelsos chillones que se emborrachan por la decepción de la mujer que se fue con el otro: lloran hasta el amanecer y luego van por el mariachi para llevar una serenata y rogar a todo pulmón por el perdón de la amada: “no me dejes, mi chorreada”.
Hoy en día las canciones de “Los tigres del norte”, de los “Angeles azules” y de los Fernández sólo hablan de decepciones amorosas: “tú me abandonaste, por eso bebo, pa’ olvidarte”, e incluso: “…oh mujeres tan divinas, no queda otro camino que adorarlas”. El charro, elegante y bien vestido, pero incapaz de ir sólo por la vida. Las mujeres son malas, pero… ¿qué haríamos sin ellas? “… y no es que sea cobarde, es que te quiero tanto que ya me acostumbré a tus maltratos, palomita mía”
¿Macho mexicano? Nada más alejado del nombre. Uno de mis profesores universitarios nos contaba que, derivado de un estudio realizado -jamás nos confesó para qué institución- se aprendió que uno de cada tres mexicanos, hombres, ha tenido una experiencia homosexual… ¿Macho mexicano? Tal vez nos convendría repensar el término la próxima vez que aleguemos a favor de nuestro machismo y mexicanidad. Mejor dejar de ocultar nuestra personalidad bajo la máscara de ese hombre duro, bigotón y ensombrerado:
Violento, ignorante y cobarde….¿quién es? El Valiente del tercer mundo. ¡Looootería!
(2003? 2004?)
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