[Reflexiones] Mariposas en el estómago: sobre escribir, desde Bucaramanga, Colombia.


Bucaramanga, Colombia.

Llegué hace unas horas, en medio de la madrugada. Un taxista me recomendó caminar por la calle un par de cuadras hasta la zona de hoteles. Al principio con un poco de temor, después un poco más seguro, avancé y hallé un pequeño sitio para dormir.

Estoy encerrado a causa de este WI-FI (el internet inalámbrico), que te secuestra, te retiene pegado a la computadora, difícil deshacerte de él cuando piensas que tienes tantos correos por escribir, tanta tarea por hacer. Pero la ciudad es nueva y espera, tal vez con los brazos abiertos, tal vez con un ladrón escondido en la esquina por la que pasarás. Posiblemente conozca a la bumanguesa de mis sueños, tal vez mis sueños sean sólo eso.

Pero recuerdo que hace unos días, en el camino que me llevaba de Mérida a Jají, tuve una ocurrencia que me gustó y quise escribir para compartir. Así que antes de enfrentarme a las calles de Bucaramanga, transcribo este pequeño texto de nombre "Mariposas en el estómago". Pequeña reflexión sobre el escritor y sus traumas....

Mariposas en el estómago
Hace años que busco, sin saber con exactitud el sueño. No. Es mentira: el sueño lo conozco bastante bien, lo que ignoro es el camino para alcanzarlo. Sigo probando senderos, pero es que tal vez la vida sea así: una consistente empresa de prueba y error, ¿o es sólo mi justificación?

Cada vez me digo que voltear atrás me hace melancólico, taciturno, y que en lugar de mirar a las hojas llenas de mi vida, debería mirar las vacías y preguntarme cómo llenarlas, pero casi siempre termino empantanado en la memoria, pensando que tal vez todo sea un error, un camino mal tomado. Es esa especie de círculo vicioso difícil de romper: errando en busca de una nueva respuesta y de un mundo mejorado, de un mundo perfectible… y mientras piensas el tiempo se va.

Escribir depende mucho del humor. Por eso los hay salados, divertidos, ilusos, soñadores, utopistas, retrógradas, locos, y hasta cuerdos. Según el genio del día, de pronto haces un buen cuento, un poema melancólico o un ensayo tan tétrico que te conviertes en el responsable del adolescente suicida que tampoco le encontraba gusto a la vida en el momento de leer tus líneas más ácidas, y termina por quitarse la vida antes de acabar con el capítulo… como dicen los latinos peruanos: “¡Qué huevada!” Pero es así, Novalis no llegó al capítulo siguiente.

Cuando me pongo en ese plan de búsqueda y de amarguras, me encuentro con ese Samuel intolerante, obsesivo, sátiro, tísico, negro. Al tiempo reflexiono y me digo que el mundo es cruel, cierto, pero que también es lógico que no haya respuestas claras a todos los problemas: no soy un sabio, ni poseo todas las soluciones.

Pero nada le hace, pues termino por enfrentarme a mis imposibilidades: lo siento en el vientre. Es una especie de nudo que oprime las vísceras y luego sube hasta la boca del estómago, arrastrando consigo un temblor que se prolonga por las ramificaciones nerviosas de los brazos, como cuando uno se enoja y no quiere decir nada de miedo a herir. Y descargo todo mi rencor sobre un mundo que no piensa como yo, anacrónico, lleno de estúpidos de tintes burocráticos, sólo dispuestos al mínimo esfuerzo, el que no les obligue a desplazarse de la poltrona en que se encuentran.

En cambio, cuando el pesimismo desciende, se siente cómo ese nudo se desaparece lentamente y comienza a salir del estómago a través de la columna vertebral, subiendo en pequeños espasmos, como un fluir que lentamente se convierte en un río de pequeñas mariposas que pasean por el cuerpo y culmina por decantar en las papilas gustativas, dejando ese saborcito de lo fresco y recién producido con alegría… llegan incluso momentos en que son tantas que te obligan a levantar la mirada previamente enquistada en la hoja y mirar a tu alrededor, como buscando una cara con la que puedas compartir ese “¡Eureka!”, o simplemente tratando de leer las claves secretas detrás de un rostro, de un árbol, de un anuncio luminoso. Y entonces dejas de flotar y aterrizas con un estruendoso suspiro de alivio: una exhalación que te dice que sí, que aún eres capaz de crear cosas inteligentes e inteligibles que gozarán de la sonrisa de las mariposas que liberaste del estómago, en el momento en que decidiste dejar el paso a la creatividad y no a la amargura… porque sí, es cierto: lo único que hay es un mundo, pero son muchas, las formas de describirlo.

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