[Reflexiones] La carta de suicidio de José María Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo.

Hace unas horas terminé de leer mi primer libro de Arguedas. Las personas con las que he comentado, coincidimos en que empecé por el más complejo, pero así es la vida, no siempre nos pone todas las opciones a la mano.

Muchas son las razones que me hacen poner este texto en el blog. Tal vez la primera sea el reconocer a este escritor que jamás había leído y con quien comprendí muchas cosas. La segunda tiene más que ver con esta carta y el suicidio: es un mensaje interesantísimo. La tercera, totalmente ligada con la oportunidad que tengo de estar precisamente estudiando en la Agraria, y de haber terminado la lectura en sus instalaciones. Espero que la disfruten y, sobre todo, les deje alguna enseñanza.

Transcribo su última carta:


Señor Rector de la
Universidad Agraria,
Jóvenes estudiantes:

Les dejo un sobre que contiene documentos que explican las causas de la decisión que he tomado.

Profesores y estudiantes tenemos un vínculo común que no puede ser invalidado por negación unilateral de ninguno de nosotros. Este vínculo existe, incluso cuando se le niega: somos miembros de una corporación creada para la enseñanza superior y la investigación. Yo invoco ese vínculo o lo tomo en cuenta para hacer aquí algo considerado como atroz: el suicidio. Alumnos y profesores guardan conmigo un vínculo de tipo intelectual que se supone y se concibe debe ser generoso y no entrañable. De ese modo recibirán mi cuerpo como si él hubiera caído en un campo amigo, que le pertenece, y sabrán soportar sin agudezas de sentimiento y con indulgencia este hecho.

Me acogerán en la Casa nuestra, atenderán mi cuerpo y lo acompañarán hasta el sitio en que deba quedar definitivamente. Este acto considerado atroz yo no lo puedo ni debo hacer en mi casa particular. Mi Casa de todas las edades es esta: La universidad. Todo cuanto he hecho mientras tuve energías pertenece al campo ilimitado de la Universidad y, sobre todo, el desinterés, la devoción por el Perú y el ser humano que me impulsaron a trabajar. Nombro por única vez este argumento. Lo hago para que me dispensen y me acompañen sin congoja ninguna sino con la mayor fe posible en nuestro país y su gente, en la Universidad que estoy seguro anima nuestras pasiones, pero sobre todo nuestra decisión de trabajar por la liberación de las limitaciones artificiales que impiden aún el libre vuelo de la capacidad humana, especialmente la del hombre peruano.

Creo haber cumplido mis obligaciones con cierto sentido de responsabilidad, ya como empleado, como funcionario, docente y como escritor. Me retiro ahora porque siento, he comprobado que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida. Con el acrecentamiento de la edad y el prestigio las responsabilidades, la importancia de estas responsabilidades crecen y si el fuego del ánimo no se mantiene y la lucidez empieza, por el contrario, a debilitarse, creo personalmente que no hay otro camino que elegir, honestamente que el retiro. Y muchos, ojalá todos los colegas y alumnos, justifiquen y comprendan que para algunos el retiro a la casa, es peor que la muerte.

He dedicado este mes de noviembre a calcular mis fuerzas para descubrir si las dos últimas tareas que comprometían mi vida podían ser realizadas dado el agotamiento que padezco desde hace algunos años. No. No tengo fuerzas para dirigir la recopilación de la literatura oral quechua ni menos para emprenderla, pero con el Dr. Valle Riestra, Director de Investigaciones, se convino en que esa tarea la podía realizar conforme al plan que he presentado. Voy a escribir a la Editorial Einaudi de Turín que aceptó mi propuesta de editar un volumen de 600 páginas de mitos y narraciones quechuas. Nuestra Universidad puede emprender y ampliar esta urgente y casi agónica tarea. Lo puede hacer si contrata, primero, con mi sueldo que ha de quedar disponible y está en el presupuesto, a Alejandro Ortiz Recamiere, mi exdiscípulo y alumno distinguido de Lévi—Strauss durante cuatro años y lo nombra después. Él se ha preparado lo más seriamente que es posible para este trabajo y puede formar, con el Dr. Alfredo Torero, un equipo del más alto nivel. Creo que la Editorial Einaudi aceptará mi sustitución por este equipo que representaría a la Universidad. En cuanto a lo demás está expuesto en mi carta a Losada y en el “Ultimo Diario” de mi casi inconclusa novela “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. Documentos que acompaño a este manuscrito.

Declaro haber sido tratado con generosidad en la Universidad Agraria y lamento que haya sido la institución a la que más limitadamente he servido, por ajenas circunstancias. Aquí, en la Agraria, fui miembro de un Consejo de Facultad y pude comprobar cuán fecunda y necesaria es la intervención de los alumnos en el gobierno de la Universidad. Fui testigo de cómo delegados estudiantes fanatizados y algo brutales fueron siendo ganados por el sentido común y el espíritu universitario cuando los profesores en lugar de reaccionar sólo con la indignación lo hacían con la mayor serenidad, energía e inteligencia. Yo no tengo ya desventuradamente, experiencia personal sobre lo ocurrido durante los trece meses últimos que he estado ausente, pero creo que acaso los cambios no hayan sido tan radicales. Espero, creo, que la Universidad no será destruida jamás; que de la actual crisis se alzará más perfeccionada y con mayor lucidez y energía para cumplir su misión.

Las crisis se resuelven mejorando la salud de los vivientes y nunca antes la Universidad ha representado más ni tan profundamente la vida del Perú. Un pueblo no es mortal, y el Perú es un cuerpo cargado de poderosa savia ardiente de vida, impaciente por realizarse; la Universidad debe orientarla con lucidez, “sin rabia”, como habría dicho Inkarri y los estudiantes no están atacados de rabia en ninguna parte, sino de generosidad sabia y paciente. ¡La rabia no!
Dispensadme estas póstumas reflexiones. He vivido atento a los latidos de nuestro país.
Dispensadme que haya elegido esta Casa para pasar, algo desagradablemente, a la cesantía. Y, si es posible, acompañadme en armonía de fuerzas que por muy contrarias que sean, en la Universidad y acaso sólo en ella, pueden alimentar el conocimiento.

La Molina, 27 de noviembre de 1969

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