El Cortés que todos llevamos adentro o La conquista de América, de Tzvetan Todorov.
En busca de información histórica y de identidad, comencé por acercarme a Bartolomé de las Casas y su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. El encantamiento ha sido lento, pausado, como quien no quisiera adentrarse en el pasado pero tuviera un hilo invisible en el cuello y poco a poco avanzara en el laberinto de los sucesos del único choque cultural en donde unos y otros se miraron por primera vez y descubrieron al otro.
Después de leer los relatos de aquel fraile dominico uno se pregunta, todavía apesumbrado por la carga de conciencia de la ignorancia educativa, si en verdad los españoles fueron tan malos o si el escritor exageraba la nota, pero reflexiona que de ser cierto, lo que sucedió fue el mayor exterminio de la historia humana: se calcula que en los años 1500 en América habría unos 80 millones de habitantes, sin embargo a mediados del siglo XVI, quedaban solamente 10. Es claro que no todos murieron bajo la espada, sino de enfermedades, pérdida áreas de cultivo y esclavitud, pero en la mayor parte de los casos, tiene una relación con la llegada de los europeos.
Ávido de información, me crucé con Todorov (La conquista de América –El problema del otro, Ed. siglo XXI, 1987), quien en un libro que me dicen es referencia de antropólogos, sociólogos y otros estudiantes de las ciencias sociales, hace un estudio del otro, a partir de la historia de la conquista de América. En un relato ameno, altamente documentado y formal, pero que sin hacer uso de un lenguaje complicado, analiza a los diferentes relatores de las historias de las indias y sus percepciones sobre la llegada al nuevo mundo: el descubrimiento de distintos cultos, ídolos, maneras de trabajo, etc.
Comienza el autor: “Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro. El tema es inmenso. Apenas lo formula uno en su generalidad, ve que se subdivide en categorías y en direcciones múltiples, infinitas. Uno puede descubrir a los otros en uno mismo […] como abstracción o como grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Al interior de nuestra sociedad (los hombres para las mujeres, los ‘locos’ para los normales), o al exterior de ella […] seres que todo acerca en el plano cultural, o bien desconocidos, extranjeros cuya lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que en el caso límite, dudo en reconocer nuestra pertenencia común a la misma especie…” Y es que el asunto no es nada sencillo y merece muchas interpretaciones; tantas como el número de intérpretes.
No podríamos olvidar, por ejemplo, que al llegar al nuevo continente, los españoles se preguntaron si los indios tenían alma, y que incluso llegaron a negarlo.
Así que analizando los textos de Colón, Cortés, Durán, Sahagún, Las Casas y muchos otros más, va descubriendo cómo la percepción de quien escribe rige, aún hoy, nuestro concepto sobre los indios de entonces.
Pero lo sorprendente es darnos cuenta que la apreciación de los recién llegados sobre los nativos ya estaba, de sí, influenciada por conceptos adquiridos en sus lecturas de ultramar y su convicción de haber llegado a Asia: “…lo que sí sorprende es el hecho de que Colón pretenda regularmente que comprende lo que le dicen, al tiempo que da pruebas de su incomprensión: (24 de octubre de 1492 -12 días después de su llegada-) escribe: ‘Oí de esta gente que [la isla de Cuba] era muy grande y de gran trato y había en ella oro y especierías y naos grandes y mercaderes’ Pero dos líneas más tarde, el mismo día, añade: ‘por lengua no entiendo’. Lo que ‘oye” pues, es sencillamente un resumen de los libros de Marco Polo y Pedro de Ailly…”
¿Cuántas veces escuchamos únicamente lo que queremos escuchar y a falta de entendimiento, reemplazamos aquello que ignoramos con nuestras ideas (normalmente formadas por el imaginario cultural televisivo o bibliográfico) sobre los demás, haciendo una mezcla de conceptos, como quien habla de “los bárbaros”, “los árabes” y “los indios”, empacando nacionalidades y etnias en un mismo saco homogeneizador?
Resultado de toda esa falla de comunicación serán los entuertos que se producen durante los primeros contactos, mientras unos y otros comienzan a familiarizarse con la cultura y forma de hablar del otro. A causa de esto, los recién conquistados serán asesinados, castigados y reprimidos; ignorantes, en la mayoría de los casos, de conceptos, significados y creencias de los invasores –y por ende, de las causas de sus penurias.
Y de la falta de comunicación habrá quien se aproveche y convierta la ignorancia de unos hacia otros en una herramienta de disuasión: el poder de la palabra, del que tal vez sea Cortés su máximo beneficiario al haber comprendido la posibilidad ante la que se encontraba: la invención de historias y mitos para justificar su presencia.
Todos los pueblos tienen una religión y es lo más común que en cada una de ellas exista la esperanza o el temor (o la esperanza y el temor) de la llegada de un Mesías, de un Dios que hará pagar a los pecadores por sus faltas o de un salvador que liberará a los oprimidos. Entre los Aztecas o Mexicas (tal vez deberíamos utilizar el término mexica, pues eran los habitantes de México, mientras los aztecas –aunque los mismos pero en una etapa cronológica anterior- provenían de Aztlán, la mítica ciudad de origen), como entre los Incas, existía el temor de un Dios desterrado que volvería por sus fueros. Esto es aprovechado brillantemente por el capitán de la expedición de la Nueva España.
Es Cortés el lisonjero, el ser que todos llevamos dentro, quien informa a sus recién conocidos que: “en nuestro reino sabíamos que ustedes existían y que nosotros teníamos que venir (y se apropia del papel de Quetzalcóatl, el dios vengador) para liberar a este pueblo de su opresión” [N. del A.: cualquier parecido con la actualidad es mera coincidencia]. Es Cortés, el mentiroso con estrategia, que mide todas sus acciones para convertirlas en un hecho espectacular y así atrapar a los incautos, mostrando una fortaleza que no tiene (no son más de 200 los españoles que le acompañan): “mostrar fortaleza cuando se es débil, y debilidad cuando se es fuerte”. Cortés es salvaje al asesinar sin remordimientos a los caciques que le iban a traicionar, pero magnánimo dejando a los hijos de éstos mismos en los puestos de sus padres, para que aprendan la lección y la puedan divulgar: el que traiciona al enviado de Quetzalcóatl se enfrenta a su ira.
Son muchos los ejemplos que se pueden contar de Don Hernán el planificador, que ofrece liberar a los caciques del yugo mexica y lo demuestra capturando y castigando a los cobradores de Moctezuma, pero no matándoles, sino permitiéndoles ir a contar su historia al emperador, quien así dudará de las verdaderas intenciones del español. Tal vez uno de los primeros profesionales de la mercadotecnia y del manejo de la imagen (es conocido que después de las batallas mandaba que se enterrasen de inmediato los caballos muertos, pues era estratégico que los indios pensaran que se trataba de animales inmortales).
El uso de la palabra se convierte en una de las mejores armas para manejar la ignorancia de los otros. ¿La ignorancia? ¿Acaso no eran ambas culturas igual de ignorantes la una de la otra? Sí, aunque el viajero lleva siempre una ventaja: puede hablar de su mundo sin mostrarlo, al tiempo que aprende del sitio en que se halla: el viajero lleva la delantera, porque él llega, mientras el otro está. “Lo nuevo, lo tengo yo”, y a partir de ese momento, el recién llegado toma una ventaja que debe (historia de vencedores y vencidos) explotar para ganar.
Y una vez que la palabra y el sentido en que se establecerá la comunicación (porque a pesar de que la comunicación es un ciclo, con frecuencia se dirige hacia alguno de sus participantes) había sido definido, ya sólo era cuestión de fijar las estructuras, presentar al nuevo dios que se tendría que adorar y comenzar a destruir a los elementos de la vieja cultura del vencido, como lo explica Torodov: “El Dios de los aztecas es uno y múltiple a la vez. […] sabemos que, justamente en tiempos de Moctezuma se construyó un templo destinado a acoger a todos los dioses ‘otros’, llamado coateocalli, que quiere decir casa de diversos dioses, a causa de toda la diversidad de dioses que había en otros pueblos y provincias [...pero] no ocurre lo mismo entre cristianos y, la negativa de Cortés se desprende del espíritu mismo de la religión […] como dice Durán, ‘nuestra fe católica que, como es una sola en la cual está fundada la iglesia, que tiene por objeto un solo Dios verdadero, no admite consigo adoración ni fe de otro dios’. Este hecho, contribuye no poco a la victoria de los españoles: la intransigencia siempre ha vencido a la tolerancia”.
Un Dios que tiene muchas virtudes pero que es poco comprensivo de los demás, un dios que a pesar de su supuesta superioridad cultural no parece hacer mucho por respetar o asimilar al otro (insistimos que cualquier semejanza con la actualidad es mera coincidencia). Continúa Todorov: “Cortés entiende relativamente bien el mundo azteca que descubre frente a sus ojos, ciertamente mejor de lo que Moctezuma entiende las realidades españolas. Y sin embargo esta comprensión superior no impide que los conquistadores destruyan la civilización y la sociedad mexicanas; muy al contrario, uno tiene la impresión de que justamente gracias a ella se hace posible la destrucción. Hay ahí un encadenamiento aterrador en el que comprender lleva a tomar y tomar a destruir […] ¿no debería la comprensión correr parejas con la simpatía? Y más aún, el deseo de tomar, de enriquecerse a expensas del otro, ¿no debería llevar a querer preservar a ese otro, fuente potencial de riquezas?”
¿Es la conquista de América un perfecto caso para el estudio de las relaciones y choques de las culturas? Nos parece que sí, y que además, es una situación perfectamente contemporánea, pues en estos tiempos de la llamada globalización o mundialización, los enfrentamientos entre distintas maneras de pensar son una constante, no sólo entre grandes grupos culturales sino en actividades como nuestro turismo alternativo (y aquí arriesgo una conclusión demasiado apretada, pues tengo la intención de desarrollar el tema más adelante) que no se conforma con el hecho de asistir a sitios previamente “colonizados” o cercanos a lo que conocemos como cultura occidental (descríbase como se pueda describir a esa mezcla que nos viene de occidente –un occidente, que en realidad se concibe a sí mismo como el centro del mundo, geográficamente es más norhemisférico que occidental- y que en el fondo parece ser la suma del pensamiento greco-romano, libertario francés y colonial-capitalista americano), que intenta ahora llevar su influencia hasta los centros poblados más alejados en el mapa, muchas veces como lobo disfrazado de cordero, bajo el lema del desarrollo y la mejora de la calidad de vida, aprovechándose de las necesidades básicas de unos, la sed de comercio de otros y el interés de viaje de unos más.
Nos parece de suma importancia releer un párrafo de Fray Bernardino de Sahagún acerca del impacto de la conquista en las sociedades indígenas: “Como esto cesó por la venida de los españoles, y porque ellos derrocaron y echaron por tierra todas las costumbres y maneras de regir que tenían estos naturales, y quisieron reducirlos a la manera de vivir de España, así en las cosas divinas como en las humanas, teniendo entendido que eran idólatras y bárbaros, perdióse todo el regimiento que tenían. [...] Pero viendo ahora que esta manera de policía crea gente muy viciosa, de muy malas inclinaciones y muy malas obras, las cuales los hace a ellos odiosos a Dios y a los hombres, y aún los causan grandes enfermedades y breve vida...”
¿Tenemos entonces una lección que aprender? Probablemente, como lo dice el mismo Todorov, es mucho lo que tenemos que leer y estudiar antes de considerar que hemos aprendido la lección, pues cada caso es particular y si bien es cierto que la historia tiende a la repetición, sus actores y momentos tienden a ser diferentes, por lo que ninguna situación es una copia perfecta de la otra.
Ahí es donde comprendemos que muchos de los problemas de la modernidad tienen su origen en elementos tan básicos como el reconocimiento de las diferencias entre el yo y el otro; entre la posición que ocupamos en nuestro contexto y la de los grupos sociales a los que no pertenecemos. Retoma la palabra Todorov: “Vivir la diferencia en la igualdad: se dice más fácil de lo que se hace”, sin embargo, como el mismo autor lo dice, en la historia varios son los personajes que lo han hecho y pone como ejemplo al mismo Bartolomé de las Casas y a Alvar Núñez Cabeza de Vaca: “su experiencia simboliza y anuncia la del exiliado moderno, el cual personifica a su vez una tendencia propia de nuestra sociedad: ese ser que ha perdido su patria sin adquirir otra, que vive en la doble exterioridad. El exiliado es el que mejor encara hoy en día, desviándolo de su sentido original, el ideal de Hugo de San Victor, que éste formulaba de la manera siguiente en el siglo XII: “El hombre que encuentra que su patria es dulce no es más que un tierno principiante; aquel para quien cada suelo es como el suyo propio, ya es fuerte, pero sólo es perfecto aquel para quien el mundo entero es como un país extranjero”
La Conquista de América –El problema del otro
Tzvetan TorodovEd Siglo XXI 277pp.
Mexico
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